El dodo o dronte (Raphus cucullatus) es una especie extinta de ave columbiforme de la familia Raphidae. Era un ave no voladora endémica de las islas Mauricio, situadas en el océano Índico. El dodo, así como otras aves del océano Índico, entre ellas el solitario de Rodríguez y el ibis sagrado de Reunión (Raphus solitarius), estaba relacionada con las palomas que habían dejado de volar para volverse terrestres.
La extinción del dodo a finales del siglo XVII, lo ha convertido en el arquetipo de especie extinta por causa de seres humanos.
Beth Shapiro y Scott Lucas trabajan en la reconstrucción del dodo.
Shapiro es una bióloga estadounidense especializada en la evolución. Sus intereses actuales se centran en extraer y escudriñar el muy antiguo
ADN del dodo, lo que la ha colocado a la cabeza de esta nueva
disciplina científica que consiste en reconstruir y amplificar ADN de
hace siglos para ver el pasado; especialmente, cómo el cambio climático
afectó a la evolución, distribución y desaparición de los organismos.
Por su parte, Scott Lucas trabaja con la empresa Phil
Fraley Productions, en Nueva Jersey, que se dedica a hacer modelos de
animales extintos y a restaurar los huesos originales de las criaturas
que vemos en los museos.
El problema es que obtener ADN de criaturas extinguidas
para un estudio molecular es complicado. Especialmente el del dodo,
porque sus huesos no son grandes y los conservadores de los pocos museos
que los tienen no se toman muy bien que un investigador llegue
pidiéndoles el favor de cortar trozos de sus preciosos especímenes. “Y
además, no tenemos la seguridad de poder extraer ADN de ellos, porque
eso depende de su estado de conservación”, dice Shapiro en una
entrevista telefónica. “Así que yo no sabía quién estaba más nerviosa,
si la directora de colecciones especiales del Museo de Historia Natural
de la Universidad de Oxford o yo. El proceso de extracción del ADN del
dodo implica cortar un trozo del hueso de la pierna del tamaño de una
uña, y molerlo hasta convertirlo en un polvillo muy fino. Luego
obtenemos el ADN con una sustancia química que rompe las células. El
paso siguiente es la reacción en cadena de la polimerasa. Esta es una
técnica estándar de laboratorio que se usa mucho en estudios genéticos
para amplificar el ADN”.
Más exactamente, estas enzimas
de polimerasa ayudan a los genes a copiarse a sí mismos. Cuando se
calienta la solución a 65 grados centígrados, las cadenas de ADN se
separan en dos hebras. Y al enfriarse, las enzimas de polimerasa se
pegan al material genético del dodo, fabricando copias a gran velocidad.
Una noche entera de trabajo, repitiendo el proceso una treintena de
veces, puede producir hasta un millón de copias de un gen o de un trozo
de gen.
“Al principio estábamos interesados en tratar de
descubrir qué clase de ave era el dodo. Y el análisis genético reveló
sin lugar a dudas que es descendiente de una paloma. Su pariente vivo
más cercano es la paloma de Nicobar (Caloenas nicobarica),
que es muy bonita. Y ambos están más estrechamente emparentados de lo
que nos imaginábamos”. Shapiro y otros expertos piensan que la paloma de
Nicobar salió de la India hace unos cinco millones de años, e impulsada
por los alisios, hizo escalas en las islas volcánicas de Mauricio y
Rodrigues, donde se separó en dos líneas de descendencia. Una produjo el
ave conocida como Solitario de Rodrigues, y la otra dio como resultado
el Dodo de Mauricio; ambas perdieron la capacidad de volar.
¿Cuánto
tiempo tarda un ave voladora en convertirse en una que no vuela? Según
Julián Pender Hume, paleobiólogo del Museo de Historia Natural de
Londres y líder de excavaciones en Mauricio, para ciertos grupos de aves
la transformación puede ocurrir en cuestión de generaciones, porque sus
polluelos sólo adquieren la capacidad de vuelo en la última etapa de su
desarrollo. Y si se les coloca en un ecosistema donde no ven la
necesidad de volar, simplemente no desarrollan esa etapa. En cambio para
otros grupos, como las palomas, el proceso puede ser mucho más
prolongado.
Al igual que las palomas actuales, el dodo estaba
perfectamente adaptado a su nicho. De hecho, le iba muy bien hasta que
los colonos llegaron a Mauricio con sus cerdos, sus ratas y sus perros. Y
de pronto, adiós dodo.
Basándose en documentos históricos,
Shapiro cree que, a diferencia de los moas en Nueva Zelanda, devorados
por los maoríes, los dodos no sucumbieron en la mesa; quizá no eran
igual de sabrosos. En cambio, probablemente las ratas encontraron sus
huevos irresistibles. Shapiro es contraria a la hipótesis que sostiene
que eran unas aves bastante tontas; lo que ocurrió más bien fue que no
estaban preparadas para un cambio tan abrupto. “Era simplemente un
animal que en su proceso evolutivo había perdido todo miedo a su
entorno. Se acercaba a la gente por curiosidad. No sospechaba que ese
nuevo animal de dos patas representaría su muerte. ¿Cómo podía
saberlo?”.
Cuando se le pregunta por la posibilidad de resucitar
a un dodo, Shapiro responde con un bufido de ironía. “No pierda el
tiempo. Primero, cuando muere un organismo todo conspira para degradar
su ADN: la luz ultravioleta, la oxidación, los ambientes pantanosos como
Mauricio. Cuantos más años lleve muerto el organismo, más cortos son
los fragmentos de ADN que se pueden amplificar. Y segundo, sólo se han
podido sacar trozos de entre 50 y 150 pares de bases de largo del genoma
del dodo, que seguramente tenía millones y millones de ellas”. Además,
ni siquiera es ADN del núcleo, sino de las mitocondrias.
“Antes
de pensar en clonar un dodo tendríamos que descubrir cómo obtener ADN
del núcleo, y además en fragmentos largos”, explica Shapiro. “Luego
habría que unirlos en orden dentro de los cromosomas correctos, y
finalmente, hallar un vientre materno adecuado. Aún ignoramos muchas
cosas sobre cómo fabricar un animal dentro de otro. Muchos genes se
activan por sí mismos durante el embarazo y otros muchos en realidad son
controlados por la madre. ¿Si metemos un mamut dentro de una elefanta,
qué nos garantiza que los genes de la madre no vayan a apagar los del
mamut para terminar produciendo un elefantito?”. Y añade, “¿para qué
queremos un dodo vivo si su hábitat ya no es capaz de mantenerlo?”.
La tarea de Shapiro consiste más bien en usar el puñado de genes extraídos del dodo como claves para reconstruir parte del pasado de Mauricio y la de su drástica extinción,
y compararla con el historial de extinciones de islas aledañas. Para
eso necesita trozos de huesos de dodos de diferentes períodos y áreas.
Muchos de esos huesos existen en el Museo de Historia Natural de
Mauricio . Otros podrían seguir enterrados, aunque la humedad de esos
pantanos no augura nada bueno para su ADN. “Es un reto enorme porque el
ambiente de preservación es bastante malo, a diferencia del de Siberia,
por ejemplo, que siempre es frío”.
Si el ADN es el mayor
obstáculo para la bióloga, para Scott Lucas el problema es que nadie
sabe con exactitud qué aspecto tenía el dodo. “Busque usted dodo en las
imágenes de Google, y le saldrán más de dos millones y medio. Y muchas
son distintas. Hay dodos gordos, dodos flacos, dodos blancos, dodos
grises, dodos pardos, dodos adornados, dodos sin adornar. Hay dodos en
estampillas y monedas y óleos barrocos; en litografías victorianas y
caricaturas. Muchos museos tienen modelos de dodo, pero incluso estos
son inconsistentes”, escribe Lucas en un informe sobre su fabricación
del modelo de dodo para el Museo Raffles. “Este es el problema para
quienes queremos recrear correctamente esta ave: todo el mundo cree
saber cómo era, pero de hecho muy poca gente llegó a ver uno vivo o muerto”.
FUENTES: es.wikipedia.org/wiki/Raphus_cucullatus
http://www.muyinteresante.es/operacion-dodo